domingo, 9 de septiembre de 2012

Artículo sobre Cine y Ciencia Ficción (4to)


Literatura/ Ciencia Ficción/ El “otro”/  3er trimestre/
El extraterrestre, reflejo de nuestras obsesiones
POR CLAUDE AZIZA
Dime cuál es tu extraterrestre y te diré quién eres... De Méliès a E.T., la criatura más o menos terrorífica que viene de otro mundo, imagen multiforme de nuestras angustias y conflictos, no ha cesado de resucitar en las pantallas del cine.
Si admitimos que la ciencia – ficción es un género literario que se practica desde tiempos remotos, el extraterrestre (E.T.) deja de ser un héroe para adquirir una situación venerable. Es verdad que Luciano de Samosata (La historia verdadera) y luego Cyrano de Bergerac (El otro mundo) sitúan a sus E.T. en los dos astros familiares de la Tierra. Pero el de Voltaire (Micromegas, 1752) ya procede de Sirio, lo que confiere a su punto de vista una agudeza singular. Es bien sabido que estas criaturas imaginarias sirven de pretexto al autor para expresar sus ideas políticas, metafísicas o psicológicas.
Hay que esperar hasta que H. G. Wells y las postrimerías del siglo XIX para que nazcan E.T. terroríficos y dotados de vida propia, cuya agresividad conquistadora refleja los imperialismos de la época: son los marcianos de La guerra de los mundos (1897). Y esa apariencia se mantendrá invariable durante varios decenios, por lo menos en Occidente. También en ese momento entra el E.T. en el cine, que daba entonces sus primeros pasos. Al principio sólo inspirará a Georges Méliès, interesado sobre todo en lo maravilloso, quien iba a realizar su célebre Viaje a la Luna (1902) en el que el propio astro estaba dotado de vida. Pero lo maravilloso no hace más que pasar
brevemente por las pantallas y pronto aparecen las historias ilustradas y su trascripción cinematográfica, los dibujos animados. Ahora bien, los mundos que recorren Flash Gordon y Buck Rogers se parecen aún mucho al del hombre.
Hasta ese memorable 30 de octubre de 1938 en que treinta millones de norteamericanos aterrados se precipitaron a la carretera después de oír por las ondas de radio a un joven reportero destinado a un brillante futuro, Orson Wells, que les anuncia que HAN desembarcado, que ESTÁN aquí y que TIENEN malas intenciones.
Tras esos marcianos imaginarios se perfila la peste parda del otro lado del Atlántico.
Llega después la guerra con sus horrores y sus tormentos: los espías parecen estar por todas partes; a partir de 1947, la gente cree ver platillos voladores en cada esquina. Con la guerra fría, las pantallas son invadidas por una oleada de extraterrestres que va a durar más de diez años.

¡Fuera los marcianos!
A partir de 1950, la tónica está dada: en 24 horas en Marte, Kurt Neuman describe a criaturas que han regresado a la barbarie de la edad de piedra. Desde los viscosos invasores de La guerra de los mundos (Byron Haskin, 1953, basado en la novela de Wells) hasta los seres tentaculares de Monstruo (1955), el filme con el que Val Guest inaugura la serie de las aventuras del profesor Quatermass, pasando por la masa gelatinosa –el famoso “Blob”– de Peligro planetario (Irwin S. Yeawoth, 1958), todos los E.T. son agresivos y repugnantes. De todos modos, algunos filmes se salvan del delirio, si no del equívoco. Así, en El hombre del plantea X (E. G. Ulmer, 1951), el hombre solitario que viene a morir en la Tierra no es otra cosa que la cabeza de puente de una invasión futura. En Los supervivientes del infinito (Joseph Newman, 1955) hay extraterrestres “buenos” y “malos”. Sólo en El día en que la Tierra se detuvo (Roberto Wise, 1951) aparece una tonalidad positiva. Klatoo, el protagonista, llega de otro plantea con un mensaje de paz.
En los años sesenta la distensión está a la orden del día y, aunque esporádicamente reaparezca, la imagen horrible del E.T. va a cambiar. En las pantallas japonesas se ven aun extraterrestres ávidos de carne fresca (I. Honda, Prisioneras de los marcianos, 1958) y los espectadores italianos se estremecen con Terrore nello spazio (Mario Bava, 1965). En Inglaterra, Quatermass se enfrenta con plantas terroríficas que quieren aniquilar la raza humana (S. Sakely, El día de los trífidos, 1963). Pero ya Norteamérica sonríe con los amores de un E.T. y una linda bailarina de rock’n roll (T. Graef, Veinteañeros del espacio, 1959), se enternece ante un visitante curioso (H. Green, El hombre del Cosmos, 1959) o ríe a mandíbula batiente con las pifias de un marciano llamado nada menos que Jerry Lewis (Un marciano en California, 1960). El extraterrestre estaba al fin domesticado, amansado, humanizado. Quizás se había comprendido que el enemigo político –del interior o del exterior– era menos peligroso que el enemigo presente en el subconsciente de cada cual. Y esa idea ya la había apuntado, aunque de manera simbólica, F. McLeod Wilcox en 1956 con Planeta prohibido.

En la tercera fase
El extraterrestre parece relegado al almacén de los accesorios; así, el realismo que exige la conquista del espacio invade las pantallas y 2001 Odisea del espacio (Stanley Kubrick, 1968) acaba con las fantasías afiebradas y plantea cuestiones metafísicas tras un derroche de detalles científicos. Sin embargo, la visión demasiado realista del espacio no podía satisfacer por completo a un público joven que ya no se maravillaba como sus mayores con una conquista que había empezado en el momento de su propio nacimiento. Así pues, para atraer a los jóvenes, el cine iba a volver al gran relato épico. La guerra de las galaxias (G. Lucas, 1977) aviva los sueños infantiles y reactualiza las viejas leyendas medievales. De la epopeya al misticismo no había más que un paso y Steven Spielberg iba a franquearlo con En la tercera fase, (1977) donde reinventaba la Biblia a su manera, y luego con E. T. (1982), su versión personal del Nuevo Testamento. Cristo del espacio con poderes infinitos, capaz de morir y de resucitar, su héroe hizo llorar a toda Norteamérica. ¿Iban a formar parte los E. T. de un mundo sabio y humanista?... Por desdicha, no será así y van a aflorar nuevas angustias. El final del milenio se anuncia apocalíptico. El miedo al “otro” se encarna en “alien”. El término, que en seguida tiene éxito, nace con el filme así titulado de Ridley Scott (1979). Un monstruo llegado del espacio se aloja en las entrañas de su víctima, que así alimenta a una serpiente en su seno. Un año antes ya se había introducido en el cerebro de seres humanos en Los profanadores de tumbas (Philip Kaufman). En The Thing (La cosa) de John Carpenter la criatura puede adaptarse a todas las formas de vida y tomar la apariencia de cada una. Nadie puede estar seguro de nadie y cada cual debe vivir con la amenaza de una aniquilación de su yo.
Los Aliens (título de la continuación del filme de Carpenter por J. Cameron, 1986) van a surgir por doquier, reanudando la tradición de los años cincuenta, pero tomando los aspectos más espantosos de las películas de terror. Padres metamorfoseados (H. Broomley Davenport, XTRO, 1986), progenitura amenazada (Norman
J. Warren Inseminoid, 1982), vampiros del espacio (Tobe Hooper, Life force, 1985), monstruos feroces (J: Mc Tierman, Predator, 1987); no se omite nada en este panorama de lo espeluznante. El summum lo alcanza Hidden (Jack Sholder, 1988) en el que la Tierra no es más que un inmenso campo donde libera sus instintos un E.T. agresivo que se transforma en asaltante de bancos. Algunas voces aisladas se esfuerzan por mostrarnos extraterrestres simpáticos (Visitantes de otro mundo, John Hough, 1975), encuentro de adolescentes de la tierra y de otros planetas (Explorador, Joe Dante, 1985) o complacientes visitantes capaces de devolver la juventud (Cocoon, Rcn Howard, 1985 y su continuación, La vuelta de Coccoon, Daniel Patrie, 1988). Incluso el E.T,. puede ser una encantadora rubia (Me casé con una extraterrestre, Richard Benjamín, 1988). Pero en los albores de los años noventa lo que subsiste sobre todo es el aspecto de peligro. Peligro de infiltración de la sociedad, como en Invasión Los Ángeles (John Carpenter, 1988), peligro exterior representado por esos marcianos que intentan regenerarse gracias a la energía nuclear en el serial televisivo que lleva por revelador título Contaminación o la nueva guerra de los mundos (Colin Chilvers y Winrich Kolber, 1988). Reaparecen los E.T. conquistadores (La invasión llega de Marte, Tobe Hooper, 1988) y el Blob que vuelve a hacer estragos (Blob,
Chuck Russel, 1988).
Por suerte, entre tantos horrores aparecen algunas sonrisas. Además de una comedia de Patrick Read, Marcianos, en la que, después de muchas dudas, los habitantes de Marte deciden apoderarse de la Tierra, está anunciada la
adaptación de una novela de Frederic Brown con un título significativo, ¡Fuera los marcianos!, delirio burlesco sobre las fantasías de un escritor de ciencia-ficción. Fantasías que alimentan todas las metamorfosis cinematográficas del E.T., criatura ambigua nacida de las angustias, de las esperanzas y de las inhibiciones de cada sociedad.


** Claude Aziza, francés, enseña latín e historia del cine en la Universidad de la Sorbonne Nouvelle (París III) y escribe crónicas
cinematográficas para el periódico francés Le Monde. Ha colaborado en el número especial de la revista Ciném Action consagrado
al cine religioso (octubre de 1988), así como en el catálogo del Festival del Cine Bíblico (París, marzo de 1988)


Actividad Nro____  de lectura y escritura sobre CINE y Ciencia Ficción
1. En función del artículo, resuman brevemente las características del “otro”, del extraterrestre, en cada década. ¿Qué acontecimientos históricos pueden señalarse en cada una?
2. ¿Cuáles de esas películas han visto? Comenten esas películas y sus opiniones sobre el personaje del extraterrestre.
3. Discutan qué diferencias pueden señalarse entre el “otro” pensado como un conquistador o como un invasor.
4. Hacia el final del artículo, se define al personaje del extraterrestre como “una criatura ambigua nacida de las angustias, de las esperanzas y de las inhibiciones de cada sociedad”. Escriban un breve texto grupal que justifique esa afirmación e incluyan una descripción de algún extraterrestre. Elijan una de las siguientes imágenes para ilustrar el texto.

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