Literatura/ Ciencia
Ficción/ El “otro”/ 3er trimestre/
El
extraterrestre, reflejo de nuestras obsesiones
POR CLAUDE AZIZA
Dime
cuál es tu extraterrestre y te diré quién eres... De Méliès a E.T., la criatura
más o menos terrorífica que viene de otro mundo, imagen multiforme de nuestras angustias
y conflictos, no ha cesado de resucitar en las pantallas del cine.
Si
admitimos que la ciencia – ficción es un género literario que se practica desde
tiempos remotos, el extraterrestre (E.T.) deja de ser un héroe para adquirir una
situación venerable. Es verdad que Luciano de Samosata (La historia
verdadera) y luego Cyrano de Bergerac (El otro mundo) sitúan a sus
E.T. en los dos astros familiares de la Tierra. Pero el de Voltaire (Micromegas,
1752) ya procede de Sirio, lo que confiere a su punto de vista una agudeza
singular. Es bien sabido que estas criaturas imaginarias sirven de pretexto al
autor para expresar sus ideas políticas, metafísicas o psicológicas.
Hay
que esperar hasta que H. G. Wells y las postrimerías del siglo XIX para que
nazcan E.T. terroríficos y dotados de vida propia, cuya agresividad
conquistadora refleja los imperialismos de la época: son los marcianos de La
guerra de los mundos (1897). Y esa apariencia se mantendrá
invariable durante varios decenios, por lo menos en Occidente. También en ese
momento entra el E.T. en el cine, que daba entonces sus primeros pasos. Al
principio sólo inspirará a Georges Méliès, interesado sobre todo en lo
maravilloso, quien iba a realizar su célebre Viaje a la Luna (1902) en
el que el propio astro estaba dotado de vida. Pero lo maravilloso no hace más
que pasar
brevemente
por las pantallas y pronto aparecen las historias ilustradas y su trascripción cinematográfica,
los dibujos animados. Ahora bien, los mundos que recorren Flash Gordon y Buck
Rogers se parecen aún mucho al del hombre.
Hasta
ese memorable 30 de octubre de 1938 en que treinta millones de norteamericanos aterrados
se precipitaron a la carretera después de oír por las ondas de radio a un joven
reportero destinado a un brillante futuro, Orson Wells, que les anuncia que HAN
desembarcado, que ESTÁN aquí y que TIENEN malas intenciones.
Tras
esos marcianos imaginarios se perfila la peste parda del otro lado del Atlántico.
Llega
después la guerra con sus horrores y sus tormentos: los espías parecen estar
por todas partes; a partir de 1947, la gente cree ver platillos voladores en cada
esquina. Con la guerra fría, las pantallas son invadidas por una oleada de extraterrestres
que va a durar más de diez años.
¡Fuera
los marcianos!
A
partir de 1950, la tónica está dada: en 24 horas en Marte, Kurt Neuman
describe a criaturas que han regresado a la barbarie de la edad de piedra.
Desde los viscosos invasores de La guerra de los mundos (Byron Haskin,
1953, basado en la novela de Wells) hasta los seres tentaculares de Monstruo
(1955), el filme con el que Val Guest inaugura la serie de las aventuras del
profesor Quatermass, pasando por la masa gelatinosa –el famoso “Blob”– de Peligro
planetario (Irwin S. Yeawoth, 1958), todos los E.T. son agresivos y
repugnantes. De todos modos, algunos filmes se salvan del delirio, si no del
equívoco. Así, en El hombre del plantea X (E. G. Ulmer, 1951), el hombre
solitario que viene a morir en la Tierra no es otra cosa que la cabeza de
puente de una invasión futura. En Los supervivientes del infinito (Joseph
Newman, 1955) hay extraterrestres “buenos” y “malos”. Sólo en El día en que
la Tierra se detuvo (Roberto Wise, 1951) aparece una tonalidad positiva.
Klatoo, el protagonista, llega de otro plantea con un mensaje de paz.
En
los años sesenta la distensión está a la orden del día y, aunque
esporádicamente reaparezca, la imagen horrible del E.T. va a cambiar. En las
pantallas japonesas se ven aun extraterrestres ávidos de carne fresca (I.
Honda, Prisioneras de los marcianos, 1958) y los espectadores
italianos se estremecen con Terrore nello spazio (Mario Bava,
1965). En Inglaterra, Quatermass se enfrenta con plantas terroríficas que
quieren aniquilar la raza humana (S. Sakely, El día de los trífidos, 1963).
Pero ya Norteamérica sonríe con los amores de un E.T. y una linda bailarina de
rock’n roll (T. Graef, Veinteañeros del espacio, 1959), se enternece
ante un visitante curioso (H. Green, El hombre del Cosmos, 1959) o ríe a
mandíbula batiente con las pifias de un marciano llamado nada menos que Jerry
Lewis (Un marciano en California, 1960). El extraterrestre estaba
al fin domesticado, amansado, humanizado. Quizás se había comprendido que el
enemigo político –del interior o del exterior– era menos peligroso que el enemigo
presente en el subconsciente de cada cual. Y esa idea ya la había apuntado,
aunque de manera simbólica, F. McLeod Wilcox en 1956 con Planeta prohibido.
En
la tercera fase
El
extraterrestre parece relegado al almacén de los accesorios; así, el realismo
que exige la conquista del espacio invade las pantallas y 2001 Odisea del
espacio (Stanley Kubrick, 1968) acaba con las fantasías afiebradas y
plantea cuestiones metafísicas tras un derroche de detalles científicos. Sin
embargo, la visión demasiado realista del espacio no podía satisfacer por completo
a un público joven que ya no se maravillaba como sus mayores con una conquista
que había empezado en el momento de su propio nacimiento. Así pues, para atraer
a los jóvenes, el cine iba a volver al gran relato épico. La guerra de las
galaxias (G. Lucas, 1977) aviva los sueños infantiles y reactualiza las
viejas leyendas medievales. De la epopeya al misticismo no había más que un
paso y Steven Spielberg iba a franquearlo con En la tercera fase, (1977)
donde reinventaba la Biblia a su manera, y luego con E. T. (1982), su
versión personal del Nuevo Testamento. Cristo del espacio con poderes
infinitos, capaz de morir y de resucitar, su héroe hizo llorar a toda
Norteamérica. ¿Iban a formar parte los E. T. de un mundo sabio y humanista?...
Por desdicha, no será así y van a aflorar nuevas angustias. El final del
milenio se anuncia apocalíptico. El miedo al “otro” se encarna en “alien”.
El término, que en seguida tiene éxito, nace con el filme así titulado de Ridley
Scott (1979). Un monstruo llegado del espacio se aloja en las entrañas de su víctima,
que así alimenta a una serpiente en su seno. Un año antes ya se había introducido
en el cerebro de seres humanos en Los profanadores de tumbas (Philip
Kaufman). En The Thing (La cosa) de John Carpenter la criatura puede adaptarse
a todas las formas de vida y tomar la apariencia de cada una. Nadie puede estar
seguro de nadie y cada cual debe vivir con la amenaza de una aniquilación de su
yo.
Los Aliens
(título de la continuación del filme de Carpenter por J. Cameron, 1986) van
a surgir por doquier, reanudando la tradición de los años cincuenta, pero tomando
los aspectos más espantosos de las películas de terror. Padres metamorfoseados (H.
Broomley Davenport, XTRO, 1986), progenitura amenazada (Norman
J.
Warren Inseminoid, 1982), vampiros del espacio (Tobe Hooper, Life
force, 1985), monstruos feroces (J: Mc Tierman, Predator, 1987); no
se omite nada en este panorama de lo espeluznante. El summum lo alcanza Hidden
(Jack Sholder, 1988) en el que la Tierra no es más que un inmenso campo
donde libera sus instintos un E.T. agresivo que se transforma en asaltante de
bancos. Algunas voces aisladas se esfuerzan por mostrarnos extraterrestres
simpáticos (Visitantes de otro mundo, John Hough, 1975), encuentro de
adolescentes de la tierra y de otros planetas (Explorador, Joe Dante, 1985)
o complacientes visitantes capaces de devolver la juventud (Cocoon, Rcn Howard,
1985 y su continuación, La vuelta de Coccoon, Daniel Patrie, 1988).
Incluso el E.T,. puede ser una encantadora rubia (Me casé con una
extraterrestre, Richard Benjamín, 1988). Pero en los albores de los años
noventa lo que subsiste sobre todo es el aspecto de peligro. Peligro de
infiltración de la sociedad, como en Invasión Los Ángeles (John
Carpenter, 1988), peligro exterior representado por esos marcianos que intentan
regenerarse gracias a la energía nuclear en el serial televisivo que lleva por revelador
título Contaminación o la nueva guerra de los mundos (Colin Chilvers y
Winrich Kolber, 1988). Reaparecen los E.T. conquistadores (La invasión llega
de Marte, Tobe Hooper, 1988) y el Blob que vuelve a hacer estragos (Blob,
Chuck
Russel, 1988).
Por
suerte, entre tantos horrores aparecen algunas sonrisas. Además de una comedia
de Patrick Read, Marcianos, en la que, después de muchas dudas, los
habitantes de Marte deciden apoderarse de la Tierra, está anunciada la
adaptación
de una novela de Frederic Brown con un título significativo, ¡Fuera los
marcianos!, delirio burlesco sobre las fantasías de un escritor de
ciencia-ficción. Fantasías que alimentan todas las metamorfosis
cinematográficas del E.T., criatura ambigua nacida de las angustias, de las
esperanzas y de las inhibiciones de cada sociedad.
** Claude Aziza, francés, enseña latín e historia del
cine en la Universidad de la Sorbonne Nouvelle (París III) y escribe crónicas
cinematográficas para el periódico francés Le Monde. Ha colaborado en el número especial de la revista Ciném Action consagrado
al cine religioso (octubre de 1988), así como en el
catálogo del Festival del Cine Bíblico (París, marzo de 1988)
Actividad Nro____ de lectura y escritura sobre CINE y Ciencia
Ficción
1. En función del artículo, resuman brevemente las
características del “otro”, del extraterrestre, en cada década. ¿Qué
acontecimientos históricos pueden señalarse en cada una?
2. ¿Cuáles de esas películas han visto? Comenten esas
películas y sus opiniones sobre el personaje del extraterrestre.
3. Discutan qué diferencias pueden señalarse entre el “otro”
pensado como un conquistador o como un invasor.
4. Hacia el final del artículo, se define al personaje
del extraterrestre como “una criatura ambigua nacida de las angustias, de las
esperanzas y de las inhibiciones de cada sociedad”. Escriban un breve texto
grupal que justifique esa afirmación e incluyan una descripción de algún
extraterrestre. Elijan una de las siguientes imágenes para ilustrar el texto.
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